La atmósfera es oscura, y un pesado vaho de humedad está suspendido en el aire del bar. Nadie mira a nadie, pocos hablan, es tarde. Un tipo toca melodías en un órgano infame, de esos que suenan como una orquesta entera. Lo único que quiere es tocar y tocar, no quiere terminar, no tiene donde ir. Una vez pensó en ser músico, de esos de verdad. Pero ella. En fin, no se pudo. Y ahora, ni siquiera cobra, un par de tragos, las escasas propinas y tener donde estar.
Y esas dos de más allá, se paran arriba de la mesa, se abrazan y cantan, con media botella de vino adentro cada una. Un hombre, desde el fondo, las mira un rato con cara de no entender, después vuelve a su vaso, a su diario arrugado. Ellas cantan, siempre amigas, el espejo del bar les devuelve sus caras, felices.
El tipo del órgano sigue tocando. Alguien recuerda la letra, Amapola, lindísima Amapola, será siempre mi alma tuya sola, yo te quiero amada niña mía, igual que ama la flor la luz del día. Amapola, lindísima Amapola, no seas tan ingrata y amamé. Amapola, Amapola, como puedes tú vivir tan sola.
El barman llora, no sabe por qué, siempre llora con Amapola.
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