Escrito en las olas
domingo, marzo 26, 2006
Para escuchar y leer. Foto: Bárbara
Miguel se paró y caminó hacia la biblioteca. Recorrió con los ojos cansados los antiguos libros, todos ya leídos, y escogió uno de los empastados en rojo. Antes de sentarse avivó el fuego de la salamandra. Tenía todavía una hora antes del próximo barco. El mar azotaba los roqueríos que rodeaban el faro. Será una noche fría, pensó Clarisa, que abrigada sobre la cubierta, respiraba el aire helado. Quería tanto volver, cada movimiento del barco, cada ola, la acercaba de vuelta un poco más. Pensaba en él. Casi no recordaba su rostro. Ni sus manos. Recordaba la imagen de la foto, pero no es lo mismo, decía siempre, no es lo mismo. Cada día, en la lejanía obligada, había escrito lo que pensaba hacer cuando volviera. Tenía muchos planes, muchas cosas que volver a ver. Revisó mentalmente lo que traía, una cosa para cada uno, y cada una elegida con dedicación. Tantos recuerdos, tantas historias que llenarían las largas noches que vendrían. Contaría mil veces cómo los hechos se habían sucedido, una tras otro, volvería a vivir cada una de esas increíbles casualidades que le había regalado el destino. De vuelta al camarote revisó todo una vez más y se durmió, cansada, pese a los bruscos movimientos del barco. No sintió el golpe, sólo le extrañó que el agua no estuviera fría. Las mangas de su camisa de dormir, como grandes alas, danzaban con ella, sumergida, y veía pasar objetos, cajas, pasajeros, todos parecían dormidos, y como ella parecían extraños habitantes del fondo marino. Alcanzó a recordar lo que escuchaba en cubierta, lo extraño de no ver la luz del faro, que obligaba al capitán a cambiar el rumbo, y Clarisa ahora, casi sin moverse, parecía volar, como tantas veces lo había soñado. Miguel despertó sobresaltado. Es tarde, muy tarde, pensó mientras subía, uno a uno, los peldaños de la larga escalera hacia lo que debería ser la luz.
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