Cuando tienes un blog, es siempre interesante revisar las estadísticas, no por la cantidad de visitas, sino por ver cómo llegan los visitantes a tu sitio. Es una manera directa de enterarse de las necesidades reales de la gente. (Y no estoy hablando de política).
Muchos de los vagabundos de Google llegan aquí buscando respuestas. Una pregunta recurrente es
Cómo cerrar ciclos. Una vez escribí de eso
aquí.
Y tuve una conversación de esas intensas hace algunos días respecto a lo mismo.
¿Por qué será que nos cuesta tanto cerrar ciclos y completar círculos? Dejar ir, aceptar una ruptura, aceptar que no eras, o que no era ella, es sano. Cerrar ayuda a sanar.
Dejar cosas pendientes, amarras sueltas, palabras no dichas y besos guardados es lo peor. Lo pendiente no te deja tranquilo, y al final te pasa la cuenta. Es un desgaste eterno. O es la culpa o es la pena.
Cerrar ciclos es una transición, de esas que te permiten ayudar a dar vuelta una hoja, sobre todo si sientes que hay cariño, y te dan la base para relaciones nuevas. Más libre, más tranquilo, aceptando que algo no funcionó, -por lo que haya sido- y tratar de superar las emociones encontradas que te inquietan. Y aprender, claro, aprender y no cometer los mismos errores del pasado.
Dejar ir. Eso es lo primero. Es sano el
letting go.
Y después a lo tuyo. A sanar, a sanarse.
No hay recetas.
Todo por lo que yo he pasado no te sirve a ti. Tus propias experiencias tampoco pueden ser mías. Piensa en ti, siente. Inténtalo.
Hay pena, claro, la obvia, la de extrañar, la de todo el aire para ti, la de aceptar que no eras.
Al menos, no en esta vuelta.
De repente vas a darte cuenta. El mundo vuelve a acomodarse.
Dejar ir. Dejar ir.
Y a seguir caminando, a seguir aprendiendo, que a eso vinimos.
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