...déjeuner
miércoles, octubre 18, 2006
(Improvisado en el Taller de Pía Barros)
Me gusta tu llamada. Tu invitación. Manejo rápido, bajando hacia tu casa, me gusta tratar de adivinar cómo vas a estar vestido, con cuál camisa, y en cómo tendrás puesta la mesa, siempre con algún detalle especial. Me encanta ver cómo me atiendes, cómo te preocupas por hacerme sentir bien. Pienso en ti y no sé que preparaste para almorzar, tengo hambre, tampoco sé cómo vas a saludarme en tu puerta, pero sé que me va a gustar verme ahí, tantas veces pensada ahí. Y toco el timbre, te demoras un poco en abrir, hasta que apareces con tu gran sonrisa que parece que me abrazara antes que tus brazos. Y me cambias la cartera por una copa de vino y me pides que me siente, que ponga música, que no haga nada, que tienes todo listo. Aprovecho de mirar todo, las fotos de los niños, el cuadro de Angélica, veo que pusiste flores en la mesa, como me gusta a mí. En el equipo veo puesto un disco, es mío, lo cambio por otro que llena el espacio con un saxo melancólico. Apareces por detrás tomándome de la cintura para llevarme a la mesa. Te veo y te ríes. Parece que te cortaste el pelo, aunque te ves igual de lindo, la sonrisa de siempre a flor de labios y bueno para hablar. Y el almuerzo está rico, y tú tan atento. La conversación fluye, parecemos buenos amigos. Y el café en el living y un par de cigarros, también el primer beso, y siento que me encanta, y me entrego a tus manos, a mis manos, me río y me callo, me callo en tu abrazo, y trato de sentirte mío, todo mío, como antes, como siempre. Me desespera un poco que te demores, las vueltas de tus manos en mi espalda, en mi falda, en mi pelo. Abrir los ojos y ver los tuyos cerrados, tu boca que me busca y sentirte tan cerca me arranca un primer suspiro, quejumbroso y sorpresivo. Te sonríes, te acomodas, estamos sobre tu alfombra, el café se enfría y yo me quemo, me quemo en tus besos, en tus brazos, y sé que llega el vértigo. Ese mareo que me empuja hacia ti, sin miedo, porque sé como estás, reconozco tu olor, la presión de tus dedos que me buscan, que me llevan, como antes, hasta llegar aquí, a tu casa. Dos cuerpos que se pliegan y se estiran, buscando. Brazos y piernas que se mezclan, tu boca que me muerde, tu boca que me nombra. Y me dejo llevar, porque me llevas a tu cama, a nuestra cama, de nuevo, a este espacio, antes común, donde dos separados tratan de entender las recaídas.
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