Amigos
viernes, agosto 03, 2007
Estuvimos anoche en un restaurant con amigos, de esos que nos vemos poco, pero da lo mismo. Nos conocemos hace años, hemos recorrido muchas cosas juntos, nos queremos. Cualquier ocasión es buena para celebrar, para reírse, para recordar.
Y estuvimos contando historias, de todo, de nosotros mismos y ajenas, como la de Amma que ha dado casi treinta millones de abrazos, y que estoy seguro debe ser una experiencia de esas poder abrazarla y sentir todos esos abrazos en uno, y hablamos de los chicos, que están en la edad de cuando nos conocimos, y de amores, y de nosotros para ponernos al día de las novedades y de lo que nos ha pasado, de lo bueno, lo malo, lo aparente, de lo que cuesta a veces aceptar las cosas que nos llegan, y me quedo gran parte de la noche, ya en mi casa, con esa mezcla rica que queda después de haber sido bien feliz un buen rato.
Les quedé debiendo una historia, una de esas mínimas que me gustan tanto. Dos, tres, cuatro frases y una historia que es un mundo. Entre ellas que hablaban harto, nosotros lo mismo, y viendo que el local ya cerraba... en fin, una pincelada Zen:
Alguien, siempre muy dedicado a su jardín, encontró un día una invasiva plaga de dientes de león. Trató de todo para poder eliminarlos, pero no pudo. Finalmente, ya vencido, decidió escribir al Ministerio de Agricultura, y relató todos los vanos intentos e inútiles esfuerzos que hizo por erradicarlos. Al finalizar la carta escribió: ¿Qué puedo hacer?
Pronto, recibió la respuesta: "Le sugerimos que aprenda a amarlos".
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