Domingo

Hoy tuvimos una misa, hace un año pasó lo de mi hermano Claudio y nos juntamos hoy con algunos amigos y familia para recordarlo. Claro, la pena es infinita, pero esos minutos de todos nosotros rodeados de gente enfocada en recordarlo nos hace bien a todos. Están sus hijos, que impresionan por su parecido con mi hermano.

Voy a dejar a mi mamá a su casa, que va contenta porque de nuevo la puedo llevar en mi auto, y se ve de lo más bien y bien chascona con su pelo al viento. Y saben? el mundo afuera sigue igual, nadie sabe que venimos de una capilla, todos corren para algún lado. Nadie sabe de tus penas, de tus logros, de tus cosas, más que la gente que te quiere bien.

Y luego el teléfono, y a su casa. Y después a la mía. Raro, y aunque es raro suena conocido. Debe ser difícil estar con un demostrativo extrovertido al lado y pensar que a lo mejor tú no sientes lo mismo, o como te cuesta más expresarlo tiendes a pensar que es menos. Pasa que se siente extraño el mundo a veces, la gente no se encuentra y los corazones se llenan de dudas. Salgo de su casa, y claro, todo sigue ahí mismo, nadie sabe nada, todo sigue igual, todos corren para algún lado.


Casi todos los días tienen un momento absolutamente perfecto. Frágil, fugaz e irrepetible. A veces hay que esperar hasta el último suspiro para darse cuenta y descubrirlo. Anoche lo sentí.

Hay días que tienen varios momentos así de perfectos. La mañana que se llena de sol, algo rico para el almuerzo, una canción, una llamada, un mensaje, verla, un helado, sentirla cerca. Volver contento.

La cosa sería aprender a prolongar esos momentos.

Aprender. En la vida se aprende. De eso se trata todo esto.
Al final los pequeños instantes son los que le dan sentido a la vida.