Todas reinas
viernes, abril 15, 2005
Cuando el flaco silbó supe al tiro que habían líos. Fue el silbido largo, ese guardado para los problemas grandes. O eran los pacos o eran los tiras. Pero fue peor. Era mi vieja.
Fue la primera vez que me pilló. Llegó por detrás. Estábamos cerca de la cancha grande. El viejo era grande y feo. Ya lo tenía listo, con la mano en el marrueco, y él, dale con bajarme los calzones.
Yo, casi alcancé a arrancar, pero el viejo quedó ahí mismo, con la cabeza rota, y la sangre oscura que se secó hasta ue llegaron a buscarlo en la mañana.
Le prometí a mi mamá que nunca más, le dije que el viejo era un asqueroso, que me mataba si no le hacía caso, le prometí que no faltaría más a clases, también le dije que era virgen, pero eso sí que era verdad. La pura verdad.
Igual me pegó. Me tiró como veinte cachetadas. Y no lloré. Terminó llorando ella. Mírame, decía, mírame cabra huevona, no quiero que te pase lo mismo que a mí. Y ahí se quedó, llorando.
Después me arranqué, fuimos con el flaco a ver al viejo. Habían unos perros oliéndole la cabeza. Le sacamos los billetes del bolsillo y nos compramos una caja de vino, aunque yo quería dulces. No le conté nada de las cachetadas y dejé que me lo hiciera para pasar la pena. Ahí sí que lloré, porque me dolíó más que todas las cachetadas juntas. El flaco se reía porque yo no tenía pelos y mis tetitas eran chicas. Se curó y se quedó dormido ahí mismo.
Después me fui para mi casa. Mi mamá roncaba. Le saqué la botella de abajo de la cama, probé un trago y le boté el resto.
Después salí.
Pero me fui al centro, a vender flores.
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