Vivir sin pasión es vivir muerto

Y la pasión está en todo, y en todas partes. Recién hablé con mi mamá, que a todo esto está super bien, y me decía que me encontraba contento y que estaba feliz por mí. Es que a ti te pasan cosas buenas porque le pones pasión, me decía, siempre has sido igual. Es que soy de los optimistas, le digo yo. Lo que sea, me dice, yo quiero conocerla.

A veces siento que me lleno la cabeza de tanta cosa, de fechas, de citas de libros, de películas, de canciones, de recuerdos de alguien, de sus manos, de cómo miraba, me acuerdo de besos adolescentes, del lugar, del frío que hacía, de cómo cerraba los ojos cuando me acercaba. Me ha tocado encontrarme a veces con ex parejas, y sé que puedo contarle detalles mínimos que guardo por ahí, de tantas cosas, no sé por qué, pero ahí están. Y no es tener buena o mejor memoria, es sentirlas más.

Me gusta también la trivia inútil, la que no sirve, la que es sólo dato, pero que es entretenida. Saber entender que un reloj malo está exactamente a la hora dos veces al día no sirve para nada, pero algo te pasa cuando lo piensas. El dato que ningún presidente de Estados Unidos ha sido hijo único tal vez le sirva a los psicólogos, o sociólogos, o buscadores de conspiraciones. Conversar que los diestros vivimos, en promedio, 9 años más que los zurdos puede ser un buen tema de sobremesa, sobretodo si no hay zurdos. O contar que los antiguos egipcios se afeitaban las cejas en señal de duelo por la muerte de sus gatos. Así que ya saben para esas citas aburridas, no hablen del tiempo, no rellenen, no hablen mal de otros, hablen de lo que aman.

El día que deje de vibrar con un trabajo, con un beso, una canción, una foto, un recuerdo o un hola de mis hijos, ya sé, estaré muerto.