Feliz

Recién fui a buscar a mi hijo Rodrigo que volvía de Pucón, después de haber participado en las jornadas de la reunión anual de la Sociedad de Biología Celular de Chile. 5 días de presentaciones, más de 100 trabajos expuestos, papers, posters y presentaciones orales.

Se entregó un Gran Premio y 4 menciones honrosas, para trabajos de Pre-Grado y Doctorado. La cosa es que mi hijo se ganó el primer premio, 500 dólares para el bolsillo y 500 dólares para el laboratorio que apoya el proyecto. (Sí, yo también siento que es poco, será que la ciencia no se lleva siempre los presupuestos millonarios, pero bué, da lo mismo). El trabajo tiene que ver con nuevas propiedades y nuevos usos del Triclosan, con avances y detalles que no alcanzo a comprender. La cosa es que me lleno de gusto. Y él, igual que siempre, extrañado de la fama súbita que lo alcanza, aplaudido y felicitado por lo más granado del mundo científico.

Se nota tanto que ama lo que hace, está a punto de dar su examen de grado, se titulará de Bioquímico en la Universidad de Chile. Y se da el tiempo para vivir bien, para salir con sus amigos, con la polola, para tocar batería en un grupo, para hacer diplomados, trabajar y gastarse gran parte de los ingresos arreglando un Nissan Silvia turbo que le va a quedar de miedo.

Y lo voy a buscar y todo el rato lo miro de reojo, mientras manejo hacia su casa, y me encanta como habla, como mira, como sueña, como cuenta todo lo que cuenta. Un hombre feliz, 25 años y dueño del mundo. Lo miro, lo siento, lo abrazo, y el corazón se me llena.