Del Tarot, Anais y Cardiopoxipol
domingo, septiembre 23, 2007
Noche de viernes. Seis mujeres, todas buenas para hablar, y yo, -aunque después llegó un refuerzo-. Casi todas con vocación de celestinas. Mesa bonita, cosas ricas y buena conversa. Por turno se veían el Tarot. El tema me encanta, he leído mucho para tratar de entender, tengo un Crowley y el de Marseille restaurado por Jodorowsky, y de verdad me sorprende cómo funciona, cómo enseña e interpreta este espejo interior, pero prefiero estudiarlo a que me lo lean por ahí. Me defiendo con que nunca me han tirado las cartas, que mejor que no, que no quiero saber, pero todas insisten. Al final, soy fácil, lo sé, me siento al lado de la tarotista, que me pasa el mazo y me dice, baraja, pero no pues, no como en el casino, hazlo así.
- Y pregúntame algo.
Y dale, y ya que estamos, pregunté. Tres, cuatro, cinco cosas. Pregunto por alguien que recuerdo, por alguien que me da vueltas, por alguien que conocí. Por todos lados salen círculos inconclusos, ciclos sin cerrar, puertas y ventanas abiertas. Y aunque hay uno que otro detalle interesante, con cosas que vienen, nuevas personas y caminos por recorrer, mejor cambio el rumbo y pregunto por el viaje de Felipe, que se va a Colorado, y por el viaje de Rodrigo, que también viaja a USA. Ahí me quedé más tranquilo. Todo bien con mis hijos viajeros.
Llamada desde el Norte: Mi hermano salió de la Uti, e inicia su largo camino de recuperación. Mi papá está bien, mi mamá también. Gracias a todos los que han preguntado. Es bueno sentir, y darse cuenta, que las redes están llenas de humanidad.
Y bueno, noche de viernes, el reloj dice tres de la mañana, el buen vino sigue acompañando la conversa seria y las risas, las cartas del Tarot descansan sobre la mesa, mando un mensaje de texto a Carita de Duende y me voy a mi casa. Hay un programa en el canal no sé cuánto sobre fármacos. Los ansiolíticos son para la ansiedad. Pero no tomo. No tomo nada. No sé si hay nostalgilíticos. O melancolíticos. No quiero nada. Tal vez baste con un cable a tierra. Siento que tenía tanto espacio adentro, como la sensación de respirar con eco. Como andar con síndrome pre-todo permanente. Chao tele. Chao todo. Me tiro a la cama. La Anais me habla desde la pared. Sé que los arcoiris, la música y las flechas jamás serán las mismas, porque bueno, no siempre las cosas se dan como queremos, y ahora, buscando miradas y mostrando las estrellas del techo trato de ver si hay una cámara escondida por ahí, porque todo ha sido un poco irreal. Hermosa agonía, petite morte. Anoche, sábado, invité a la psicóloga, buena para hablar y un poco peleadora. Bien mina, como dice ella misma. Pero bien paciente también, tuvo que esperar que terminara una columna para un sitio nuevo que aparecerá por ahí. Y la encontró buena, claro que no vale mucho la crítica, porque sabe, profesional que es, que tengo problemas para manejar el rechazo. Je. Y en este mediodía de domingo, escribo esto recibiendo el sol que se mete por la ventana entibiando todo.
Y claro, aunque hay cosas que no están cubiertas por mi póliza de indemnización emocional, el tratamiento debe incluir altas dosis de CardioPoxipol, y este sí que cuesta encontrarlo, por lo que este blogger continuará con su reconocida dispersión, y escribirá pronto, sin aviso como siempre, sobre otros sucesos y temas relevantes, con textos llenos de dobles y triples lecturas, letras ocultas y mensajes entre líneas que si se leen al revés se descubren mensajes inquietantes y perturbadores.
El mundo sigue donde ustedes saben.
La vida es corta.
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